Eurovisión y la banalidad del mal: el castigo simbólico a los Estados genocidas.

Eurovisión y la banalidad del mal: el castigo simbólico a los Estados genocidas.
Eurovisión, ese espectáculo anual de luces, lentejuelas y diversidades escénicas se ha convertido en algo más que un simple certamen de canciones. En estos últimos años, Eurovisión ha dejado de ser un concurso televisivo donde participan representantes cuyas televisiones pertenecen a la Unión Europea de Radiodifusión (EBU) para convertirse en una suerte de tribunal simbólico o plataforma donde Europa parece pronunciar su “veredicto moral” sobre aquellos Estados que cometen crímenes de guerra o violaciones graves de los derechos humanos. Un ejemplo claro lo encontramos en la reciente exclusión de Rusia tras la invasión de Ucrania. Hoy, el foco está sobre si Israel debería ser el siguiente en la lista, debido a las graves violaciones cometidas en Gaza.
Eurovisión ha dejado de ser un simple concurso de televisión para convertirse en una suerte de tribunal simbólico.
A simple vista, prohibirles su participación puede parecer un gesto de justicia. Pero si se rasca la superficie, parece más un simulacro político que otra cosa. Un acto de escenificación moral que esconde una profunda hipocresía. Se vetan canciones, pero no los contratos de armas que siguen matando a población civil inocente (Público); se condenan guerras en el escenario, pero se financian en los despachos de Bruselas (Euronews).
Se vetan canciones, pero no los contratos de armas que siguen matando a población civil inocente.
El filósofo alemán Hans Jonas, en El principio de responsabilidad (1979), advertía: “El hombre moderno tiende a considerar buena la intención subjetiva de su acción, descuidando las consecuencias objetivas de la misma”. En otras palabras. Hay un peligro real cuando los actos simbólicos sustituyen a la acción ética verdadera. Hoy podríamos hablar, en términos arendtianos, de una nueva banalidad del mal: no la del burócrata que obedece sin pensar (como Eichmann), sino la de un continente que limpia su conciencia vetando un país en Eurovisión. Un gesto inocuo, mientras su complicidad económica, diplomática y militar continúa. Y, al parecer, al ciudadano de a pie le basta con este gesto simbólico para sentir que se ha hecho justicia. Un placebo moral para sentirse “del lado correcto de la historia” sin cuestionarse los engranajes reales de la complicidad.
Hoy podríamos hablar de una nueva banalidad del mal: la del continente que limpia su conciencia vetando a un país en Eurovisión..[] Un placebo moral para sentirse del lado correcto de la historia sin cuestionar los engranajes reales de la complicidad.
Israel, al igual que Rusia, es partícipe de crímenes documentados contra la población civil (Human Rights Watch). Mientras la Corte Internacional de Justicia evalúa si estos actos constituyen un genocidio (a mi parecer más que evidentes), muchos Estados europeos siguen manteniendo relaciones militares y comerciales con Israel. Su eventual exclusión de Eurovisión ‒en caso de que llegue a producirse‒ no cambiará la realidad en Gaza ni acabará con el sufrimiento. Al contrario, corre el riesgo de convertirse en un gesto vacío. Una nueva forma de “virtue signaling” institucional que permite a Europa mantener su fachada moral sin renunciar a los beneficios estructurales de su implicación en el conflicto.
Por ejemplo, en el millonario negocio de la venta de armas. Un sector que rentabiliza la ocupación y utiliza Palestina como laboratorio de armamento, con beneficios que manchan de sangre a empresas como Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, General Dynamics, Ametek, UTC Aerospace o Raytheon, según Campaign Against Arms Trade (CAAT). Alemania, por citar un caso, suministró el 30 % del material militar importado por Israel en los últimos años. Mientras tanto, algunos países europeos como España o Países Bajos han comenzado a suspender licencias, pero otros las han incrementado.
La cultura, claro está, no es apolítica. Pero cuando se convierte en el único canal de sanción simbólica a Estados criminales, la pregunta que emerge es inevitable: ¿dónde está la acción real? ¿Dónde están los embargos, los juicios internacionales, las reparaciones?
Eurovisión no es el problema en sí, sino el síntoma de una Europa que es incapaz de actuar con coherencia. Una Europa que canta alto en el escenario, pero que calla en los despachos donde realmente se deciden las guerras.
Cuando la cultura se convierte en el único canal de sanción, cabe preguntarse: ¿dónde está la acción real?..[] Eurovisión no es el problema en sí, sino el síntoma de una Europa que castiga desde el espectáculo y calla en los despachos.
¿Qué podría exigir la ciudadanía más allá de un veto simbólico? Embargos efectivos, auditorías públicas de exportaciones de armas, comisiones independientes, sanciones diplomáticas, juicios por crímenes de guerra. Porque si Europa quiere ocupar el “lado correcto de la historia”, no basta con afinar la voz en Eurovisión. Hace falta algo mucho más difícil. Actuar con responsabilidad y coherencia donde de verdad duele.
22/6/2025